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En el bolsillo


Reír como el mar ríe, el viento ríe” (Octavio Paz, La vida sencilla)

Rafael Arencón

Siempre estaré agradecido a los hermanos Tonetti, los geniales payasos santanderinos que recorrieron España con su Circo Atlas hasta entrados los 80. Hicieron más feliz mi infancia y la de varias generaciones de españoles.

Los Tonetti eran unos payasos diferentes. Manolo, el carablanca, reía las ocurrencias de su hermano en lugar de golpearle o ridiculizarle. Pepe era locuaz y atrevido, conectaba con el público de forma rotunda, haciendo estallar las carcajadas o invitando a repensar dos veces sus chascarrillos .

En el muro exterior de mi escuela había un panel enorme donde los circos, cuando llegaban a la ciudad, colgaban sus carteles publicitarios. No siempre me gustaba ir al cole, era un lugar donde se sufría muy palpablemente la competencia, la presión y en ocasiones el miedo. Los profesores sabían extraer lo mejor de nosotros aunque a costa de sacar lo peor de ellos mismos.

El caso es que el afán por descubrir si el circo había llegado a la ciudad era el recurso mental que yo mismo me imponía para impulsarme a ir a clase. Las más de las veces aquel panel de anuncios permanecía vacío, frustrantemente desnudo. Pero había días extraordinarios donde se vestía de color, con grandes cartelones circenses prometiendo vivir emociones presentidas: ”Circo Atlas, palacio de sensaciones y sonrisas”; “Hermanos Tonetti, ¡sólo para alegraros!”.

Recuerdo una de muchas entradas de Pepe en la pista, esta vez ocultando algo en el bolsillo de su enorme chaquetón. Era una perrita muy pequeña que asomaba su cabeza, con un lacito rosa, por encima del bolsillo de su dueño. Entonces Pepe le decía a su hermano: “¡Soy el hombre más feliz de España!”. Manolo, entre guasón e incrédulo, le preguntaba: “¿Tú? ¿Por qué?” Y Pepe respondía: ”Porque soy el único español que a fin de mes tiene una perra en el bolsillo”.

Eran tiempos de crisis, la de los años 70, con cierres de empresas y grandes colas en las oficinas de empleo. El propio Atlas hubo de cerrar y una mortal depresión se llevó la vida de Manolo. Lo he vuelto a recordar ahora, pasando por delante de mi antigua escuela y viendo como en la calle adyacente se reproducen de nuevo las colas enormes de personas buscando empleo o sellando sus tarjetas para recibir subsidios.

Tener dinero a finales de mes ha vuelto a ser privilegio de muy pocos. En los 70 fue la crisis del petróleo, pero esta vez estamos ante una crisis mayúscula, económica y también moral. La trampa del endeudamiento nos ha aprisionado a todos y el dinero se ha consumido. Los gobiernos no pueden pagar sus deudas, los ciudadanos no podemos pagar nuestras hipotecas, los bancos piden que se les rescate… La libertad de gastar, corriendo separada de la virtud, ha sido un espejismo.

Durante años gobiernos, ciudadanos y bancos hemos gastado, aún lo que no teníamos, en cualquier cosa que prometiera traernos felicidad. “Te mereces este coche”, “Me compraré un adosado como el de mi cuñado”, “Vamos a inaugurar el pabellón deportivo de Villaarriba… por cierto el doble de grande que el de Villaabajo”, “Invirtamos en deuda”…

Sigo recordando a Manolo, riéndose a mandíbula batiente con las ocurrencias de Pepe, y a Pepe, recorriendo triunfal la pista, mostrando orgulloso su perrita a un público que le adoraba; y no puedo dejar de pensar en ellos y en nosotros como caídos por la felicidad. Ellos queriendo regalárnosla envuelta en risas; nosotros empeñados febrilmente en comprarla a cualquier precio.

1 comentarios:

  1. Txus

    Que bonito artículo y para los que conocimos aquella época, da mucho que pensar.