Diego Arroyo Ruiz
La historiografía oficial y más políticamente correcta, tiene a bien reconocer que la gran aportación del liberalismo político es lo que denominan democracia liberal - o burguesa, que para ciertos estudiosos son sinónimos - . Dicho sistema de organización político surge de lo que se han venido denominando Revoluciones Liberales, acaecidas por toda la geografía europea a participios del s. XIX, y que supuestamente son herederas de la Revolución Americana y de la Revolución Francesa, pese a ser esta última la primera de las muchas utopías colectivistas que ha de sufrir la humanidad. En suma, las Revoluciones Liberales pedían un Estado de Derecho regido por el imperio de la ley, la división de poderes de Montesquieu y la representación de la soberanía en la figura de un parlamento. Pero por encima de todo, eliminar la arbitrariedad de monarcas absolutos con respecto a derechos y libertades individuales, especialmente aquello que concierne a la propiedad privada.
Durante todo el siglo XIX y gran parte del XX, liberalismo y democracia fueron siempre de la mano, propiciado por los propios liberales, dando lugar al demo-liberalismo. Se entendía que la democracia era la plasmación política de la libertad, así como lo es el mercado en la economía. Sin ir más lejos, la democracia también se basa – idealmente - en el voluntario juego de la oferta y la demanda: un electorado que elige ideas defendidas por partidos. Pero una serie de cúmulos históricos, que empieza con la Comuna de París y termina con el auge de las ideologías totalitarias de principios del s. XX, rompe los esquemas mentales de la mayoría de pensadores liberales de la época.
“Se puede ser liberal y nada demócrata o, viceversa, muy demócrata y nada liberal (…) Sería, pues, el más inocente error que a fuerza de democracia esquivamos el absolutismo. Todo lo contrario. No hay autocracia más feroz que la difusa e irresponsables del demos”.
José Ortega y Gasset
El miedo a una posible tiranía de la mayoría auspiciada por el sistema democrático no es ni mucho menos un recelo infundado propio de mentalidades aburguesadas, temerosas a la evolución del propio concepto de democracia según algunos estudiosos. En este caso – como de costumbre - tenemos mucho que aprender de la historia, lo cíclica de la misma vuelve a plasmarse en el advenimiento al poder de aquellos para los que “la propiedad privada es un robo, y el comercio su instrumento”, en palabras de genial filósofo y ensayista Antonio Escohotado, ya en la antigua Grecia. En Los Enemigos del Comercio, obra magna de este autor que asegura haber salido de la ignorancia tras la lectura de Menger, una democracia griega ya en crisis por la desvaloración del trabajo libre derivó en guerras civiles azuzadas por demagogos y populistas: “todas las guerras civiles griegas partieron de confiscarse los unos a los otros”. Este miseano concepto de la propiedad privada como eje fundamental del cual derivan el resto de libertades, puede observarse claramente en el caso griego: la propiedad privada era la base que mantenía las estructuras democráticas y la paz. La enseñanza parece clara: no hay libertad sin propiedad privada, por lo que no puede haber democracia liberal sin propiedad privada.
La terrible decepción que supone para la mayoría de pensadores liberales el hecho de que a través de las propias democracias liberales, que ellos se encargaron de apuntalar intelectualmente, se aúpe al poder regímenes totalitarios que suspenden la mayoría de libertades individuales - aplicando masivas expropiaciones - deriva en un divorcio forzoso entre liberalismo y democracia. Siguiendo la tradición que Mises dictó en su libro Liberalismo, en el cual plasmó que “para el liberal el Estado es una absoluta necesidad” que debía “no sólo ser capaz de defender la propiedad privada; debe también ser tan sólido que el calmado y pacífico curso de los acontecimientos no se vea nunca interrumpido por guerras civiles, revoluciones o insurrecciones”, algunos economistas y pensadores de tradición liberal optaron por apoyar lo que consideraban menos malo, orden garantizado por un Estado fuerte aunque ello supusiera rebajar las cotas de libertad. El caso más paradigmático es el del economista Pareto, que apoyó a Mussolini como única forma de parar el comunismo que pretendía llevárselo todo por delante. En tierras ibéricas, el máximo exponente de esta mentalidad la encontramos en el diplomático y activista Salvador de Madariaga, que se refleja en su obra Anarquía o Jerarquía: propone una suerte de democracia orgánica que asegure el Orden por encima de todo.
Con todo, parece que hoy en día muchos de los temores con respecto a la democracia se han evaporado, debido en gran parte al estrepitoso fracaso de las grandes utopías. Aun así, no conviene caer en la mitificación de la democracia, y ciertas dosis de escepticismo son necesarias, pero creo – o quiero creer – que es posible una estrecha convivencia entre democracia y liberalismo, por mucho que desde esferas anarco-capitalistas puede ponerse extremadamente en duda. Teniendo en cuenta lo interiorizada que tiene la sociedad el sistema democrático, y a tenor de que la historia parece haber dado la razón a Churchill con su manida frase, parece inverosímil que se produzca un cambio, por lo que se hace necesaria la atracción de la democracia hacia la esfera del liberalismo. Todos aquellos enfrascados en la defensa de la libertad deben ser lo suficientemente pedagógicos para que cale en la sociedad la idea de que la democracia no es la dictadura de la mayoría, sino que es la defensa de los derechos y libertades individuales junto con la toma de decisiones en común de aquello que no atañe únicamente al ámbito de la soberanía individual.
Me interesa conocer y leer distintas cosas y para eso internet es una gran fuente de recursos. Constantemente estoy buscando distintas paginas con las que pueda aprender cosas nuevas y por eso trato de divertirme e investigar portales diversos. Ultimamente me pregunto que es liberalismo y aun no pude responder esto
¿Quiénes son los precursores o pensadores de la Democracia Liberal?