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RESEÑA DE ‘CRÓNICAS DE LA GRAN RECESIÓN’ de Rallo

Angel Martín, junio 2011

Allá por el verano de 2007, un servidor, estudiante de primer ciclo de economía, comenzaba a interesarse por las ideas de la economía austriaca, gracias en gran parte al Instituto Juan de Mariana. Difícilmente podría haber sido un periodo más interesante para adentrarse en las ideas de esta escuela, y particularmente en los rudimentos de su teoría del ciclo económico.

Como recordarán, en ese verano comenzaron las primeras turbulencias en los mercados financieros, y las primeras reacciones de los bancos centrales. En ese momento, sin embargo, para la mayoría de expertos estas turbulencias no eran ningún presagio de lo que finalmente ocurrió. Los fundamentos eran sólidos, se nos decía, y no había razones para preocuparse en exceso. Los problemas eran puntuales, pasajeros, quizá en el peor de los casos asistiríamos a un proceso de desaceleración. Para eso, precisamente, estaban las autoridades monetarias, que se encargarían de inyectar la liquidez al sistema que fuera necesaria para que no entrara en recesión. Entre éstos, el caso paradigmático acaso haya sido el gobernador de la Reserva Federal, Ben Bernanke y sus acólitos.

Estas perspectivas optimistas se mantuvieron aún bien entrado 2008. No en vano, tuvo que quebrar Lehman Brothers en septiembre de 2008 para que una parte importante de analistas se dieran cuenta de la que podía caer encima.

En enero de 2008, por ejemplo, un profesor formado en el mainstream aunque con conocimientos de economía austriaca, me decía que según las teorías macroeconómicas más en boga, no se esperaba una profunda recesión. En su opinión, esperaba ver turbulencias serias, desaceleración y corrección de los mercados (“explicable por sobre-inversión en algunos sectores, favorecida por el exceso de crédito y los niveles inadecuados de tipos de interés de estos años, cuestiones en las que ha tenido que ver una gestión distorsionadora de las autoridades monetarias”, según sus palabras), pero no una crisis profunda para Estados Unidos. Y añadió que si él estaba equivocado y los austriacos en lo cierto, “que Dios nos coja confesados”.

Las sinceras palabras del premio Nobel Gary Becker también son ilustrativas de cómo se acercó buena parte de la línea convencional a las primeras señales de problemas financieros. Las fallas en el análisis de Becker fueron las siguientes: 1) la sobreestimación de la capacidad de la Fed para gestionar la crisis y suavizarla (“Yo no escribí mucho sobre la FED, pero si lo hubiera hecho, probablemente, yo mismo habría sobreestimado a la FED”), 2) la poca atención que se prestó a las innovaciones financieras respecto a sus posibles riesgos sistémicos, y 3) la creencia de que las turbulencias y problemas financieros no iban a afectar a la economía real, y por tanto, que la crisis iba a ser algo ligero y no demasiado grave (“No me esperaba que la crisis fuera a ser tan seria. Ése fue mi error”).

Sin embargo, fuera de la ortodoxia macroeconómica un grupo de economistas se anticiparon correctamente a los acontecimientos que todavía estaban por llegar, entre ellos varios economistas austriacos.

El 30 de Agosto de 2007, el economista William Anderson publicaba un artículo titulado “La fiesta se ha acabado –Otra vez”, referido a la economía estadounidense. Lo de ‘otra vez’ se refería a que en Febrero de 2001 también anticipó el pinchazo de la burbuja de las puntocom. Leer el artículo por esas fechas daba que pensar, aunque el autor no era muy explícito respecto a lo que se venía encima. Un mes más tarde le escribí, diciéndole que su afirmación de que podíamos olvidarnos de ver al Dow Jones por los 14.000 puntos no se había cumplido, dado que el índice continuaba un mes más tarde por encima de ese nivel. Su respuesta, del 1 de octubre de 2007, fue reveladora: “Veremos cuánto tiempo permanece tan alto. Todavía pienso que vamos hacia una profunda recesión. Desgraciadamente, el gobierno empeorará las cosas, créeme”.

Pero ese no fue el único artículo que apareció por esas fechas alertando de que se nos venía encima una grave recesión. También Robert Murphy publicó en el mismo medio el artículo “¿La peor recesión de los 25 años?”.

En nuestro país, por fortuna, contamos con los artículos y advertencias de Juan Ramón Rallo, que ahora se reúnen de forma cronológica en el libro Crónicas de la Gran Recesión (2007-2009), que publica Unión Editorial.

El libro recopilatorio comienza con el artículo “Se acabó la fiesta” del 11 de Septiembre de 2007, hablando del fin inminente del ciclo expansivo de la economía española. Además de hacer un diagnóstico acertado, proponía las líneas de actuación que debería haber seguido el gobierno español para suavizar en lo posible los efectos de la crisis económica:

La labor de un Gobierno que carece de control sobre la política monetaria ante una crisis debería pasar por flexibilizar al máximo los mercados de factores y por incrementar la renta disponible de los individuos. Para lo primero sería necesario acometer una reforma laboral drástica, más allá de la fotografía corporativista a que da lugar el llamado «diálogo social»; para lo segundo, nada mejor que reducir el gasto público y rebajar los impuestos.

Cerca de 4 años más tarde, sufrimos las consecuencias de haber seguido el camino justamente contrario del que trazó Rallo, y el que hubieran trazado la gran mayoría de economistas liberales.

Pero sus análisis de la época no se restringieron ni mucho menos a la economía española, sino que, por ejemplo, a principios de diciembre de 2007, esbozaba las claves de la explicación de lo que luego se dio en llamar la Gran Recesión en los Estados Unidos. Con el paso del tiempo esta explicación la fue enriqueciendo, gracias tanto a una mayor perspectiva y análisis de los hechos, como al refinamiento teórico fruto de horas y horas de lecturas y reflexiones. Buena parte de esas investigaciones quedaron plasmadas en los boletines del Observatorio de Coyuntura Económica del IJM y en sus posteriores artículos.

Habiendo establecido en los dos primeros artículos del libro el marco sobre el que entender lo que estaba sucediendo en la economía española y estadounidense, los acontecimientos a partir de finales de 2007 le obligaban a examinar con espíritu crítico las actuaciones (y declaraciones) que estaban llevando a cabo las autoridades públicas. ¿Por qué no era buena idea inundar el mercado de liquidez para que los bancos salieran de problemas y el crédito nos e contrajera? ¿Por qué el aumentar el gasto público para evitar una contracción de demanda, y así una agravación de la crisis, no era sino una fórmula para retrasar la recuperación?

Por supuesto, los policy-makers no son los únicos que salen mal parados de las críticas del autor, ya que éstos no serían lo que son sin el ejército de académicos que sostienen un marco teórico que propicia y legitima con presunta ciencia sus políticas. Así se van desfilando las continuas críticas hacia el Nobel de 2008 Paul Krugman, y su maestro Keynes, con artículos como “Lo que Krugman no entiende”, o “El País rescata a Keynes”, respectivamente.

Cuando uno relee ahora estos artículos, recuerda cómo en la época en que fueron escritos (y leídos por un servidor) suponían un muy pertinente antídoto a las ideas que se iban vertiendo en los medios de comunicación, así como una guía con la que entender lo que estaba sucediendo, y los efectos esperados de las políticas públicas.

Sobre esto último es de destacar el acierto de Rallo al no caer en el fácil error de pronosticar la hiperinflación (o una elevada inflación), como consecuencia de la expansión monetaria de la Fed. Mientras que una parte considerable de analistas austriacos señalaban con horror cómo la base monetaria se había disparado y predecían una escalada inflacionista en 2008 y 2009, este autor indicaba que en parte este hecho se debía a un efecto estadístico: las reservas que en un momento estaban en los bancos privados fueron a parar a la Reserva Federal. Además, advertía que el desapalancamiento privado que tenía que producirse reduciría en buena parte las tensiones inflacionistas producidas por las políticas expansivas de bancos centrales y gobiernos.

Una vez que uno lee los artículos contenidos en este libro, debería al menos considerar la posibilidad de que el marco de la teoría austriaca del ciclo económico sea una herramienta importante para comprender la Gran Recesión, y empezar a dudar de los fundamentos de los modelos macroeconómicos vigentes. Salga uno convencido o no del poder explicativo de aquélla, merecería la pena como ejercicio intelectual. La macroeconomía vigente haría bien en tener en cuenta las teorías alternativas existentes, tras haberse puesto de manifiesto las limitaciones del paradigma dominante.

2 comentarios:

  1. Anónimo

    A mi me introdujo en el pensamiento de la escuela de economia austriaca un articulo de Krassimir Petrov ( www.petrovfinancial.com) referido a los Petroeuros. Y como dicen los norteamericanos "IT WORKS!"

  2. Anónimo

    Más Garrison y menos macro convencional.