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Instantáneas de realidad africana

El continente africano es el que indiscutiblemente sufre con mayor virulencia las devastadoras consecuencias de la miseria y el estancamiento económico. Las causas, en última instancia, remiten a unos marcos institucionales que, debido en gran parte a la ausencia de derechos de propiedad claros y seguros, impiden el libre desarrollo de las fuerzas creativas y desincentivan que las actividades productivas de sus gentes se encaminen a la satisfacción de demandas y necesidades ajenas mediante transacciones libres y voluntarias. Por el contrario, alientan el clientelismo, los sobornos y la búsqueda de rentas y privilegios al poder político que, en definitiva, genera tensiones sociales que pueden culminar en golpes de estado y guerras civiles.

Como reza la portada del sitio web de la Free Africa Foundation: Africa is poor because she is not free. Y sigue diciendo que la libertad por la que presuntamente lucharon los que querían la independencia fue cruelmente traicionada: el fin de la opresión y el expolio no llegó a la mayoría de África, sino que simplemente los amos occidentales fueron sustituidos por los amos africanos.

No obstante, a pesar de la desoladora realidad imperante en la mayor parte del continente, existen historias de esperanza a nivel local y en distintos países que merecen ser contadas y divulgadas. Una de ellas es la de la visión empresarial de una madre soltera de Rwanda, Janet Nkubana. Una vez que acabó el brutal genocidio que asoló al país en 1994, esta mujer se dio cuenta de que muchas de las mujeres que habían quedado viudas y vivían en la miseria tras la masacre, necesitaban trabajo, y tuvo una idea: producir cestas hechas a mano, y venderlas en el mercado internacional. Para ello comenzó trabajando conjuntamente con otras seis mujeres, haciendo cestas de gran calidad. Tal fue su éxito que comenzaron a vender, gracias a cambios legislativos, al mercado estadounidense, llegando a establecer relaciones comerciales fructíferas con los grandes almacenes Macy’s. En la actualidad emplea a más de 3.000 mujeres locales en su negocio, llamado Gahaya Links.

Su historia nos habla de la capacidad y perspicacia empresarial de los africanos, de su capacidad de competir en el mercado global y las ventajas de la globalización, además de los beneficiosos efectos de la cooperación social a través de intercambios pacíficos como vía para reconstruir social, económica y moralmente comunidades (y sociedades) devastadas por el odio étnico.

La otra de las historias es la de Bolo, de la región del sur del Chad llamada Kyabé. Este joven es una de las personas de las que menos se hubiera esperado que pudiera salir adelante, ya que reunía dos condiciones muy adversas: haber nacido en uno de los países más pobres del mundo como el Chad y contraer en la infancia una enfermedad (poliomielitis: parálisis que afecta al sistema nervioso) que le supuso la minusvalía física. Sin embargo, su historia nos demuestra que muchas veces los límites nos los ponemos nosotros mismos: hace 8 años era un mendigo en la región, mientras que en la actualidad ha conseguido el título de bachillerato, trabaja como sastre gracias a su máquina de coser y participa en actividades sociales de la comunidad. Tal es su éxito, debido a su admirable esfuerzo y tenacidad, que algunos indeseables sienten envidia hacia él e intentan hacerle daño urdiendo tramas de lo más sucias con el apoyo de las autoridades políticas, la mayor fuente de corrupción en el país en uno de los países más corruptos del mundo.

Estas dos historias muestran que el esfuerzo de salir adelante y la fuerza vital, como en el caso de Bolo, y la creatividad empresarial, como en el caso de Janet, pueden sacar a los africanos de la pobreza más absoluta si sus líderes y gobernantes se lo permiten, y si desde Occidente se lo facilitamos en vez de entorpecérselo.

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