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La ética bien entendida

“La justicia es un producto de la razón, no de las pasiones”

A. Kenneth Hesselberg
Hume, Natual Law and Justice

El sentido de ética se ha convertido hoy día en la contradicción de ella misma. Mediante el derecho positivo[1] se han creado una serie de derechos a favor de unos —alcanzados mediante la coacción y el robo— a costa de las obligaciones de otros, convirtiendo la moral en un concepto socialista, holista, de masas, donde el pisoteo a la libertad individual no tiene importancia para salvaguardar “la sociedad” representada siempre por el Estado (con mayúsculas según sus defensores). Esta es la ética que actualmente se ha impuesto dando fuerza al estado y olvidando completamente la esencia del hombre, su elección y su libertad.

Muchos positivistas desprecian hoy día la visión teológica de la Edad Media europea donde los acontecimientos que ocurrían se achacaban a la voluntad de Dios, ya fuesen acontecimientos naturales (sequías, epidemias…) como decisiones sociales (aquellas que el señor feudal o la iglesia imponían como morales). Esta base de buscar las responsabilidades en una concepción superior no ha cambiado actualmente en esencia, sino en forma. Se mantiene así pues la misma ética que algunos, contradictoriamente, acusan de injusta. Se ha pasado de buscar una solución teológica (porque Dios así lo ha querido a través de los designios del señor o iglesia) a otra metafísica (porqué la mayoría así lo ha querido través de los designios del estado o grupos de presión sociales). Como he dicho, la forma ha cambiado, pero no la esencia.

Este colectivismo moral, del que se apropiaron los movimientos de izquierda (desde el jacobinismo francés hasta el movimiento anti–globalización actual), reclaman la moral como suya; y tal auto–posesión no ha podido ser combatida por los liberales utilitaristas[2] que ven cualquier acontecimiento como moral o bueno siempre y cuando emanen de la mayoría. Si la mayoría está a favor del asesinato de todos los menores de 5 años procedentes de familias pobres, por ejemplo, y el estado hace una campaña a favor de tal voluntad “para concienciar a la gente” mostrando las ventajas que pueda tener, incluso a regañadientes, el más liberal de los utilitaristas tendrá que aceptarlo, al menos si quiere ser coherente con sus propias ideas y no adoptar una moral esquizofrénica de ahora sí, y ahora no.

Estos colectivistas (ya quieran ser liberales —utilitaristas— o no) conciben la ética como un concepto arbitrario y subjetivo donde su opinión no cuenta si se enfrenta a la de la abstracta masa. Se asocia presunta mayoría a bueno, imposición social por la fuerza a ética. En esta filosofía, donde se perjudica al individuo para satisfacer a otros sectores desfavorecidos, se entiende que la moral es una cuestión de grados, y que es también contingente, cambiante ya que depende de las siempre arbitrarias relaciones humas, y éstas, a la vez, dependen de los procesos históricos, de las modas. En este confuso marco es difícil, pues, crear una ética política seria y objetiva que no sea contradictoria con ella misma o contradictoria con las acciones del hombre.


El estudio de la ética y relaciones humanas

Como dijo Mises, “la teoría es anterior a la experiencia”. Ningún proceso histórico nos puede servir para deducir las acciones humanas. El estudio de las ciencias sociales nacen del análisis deductivo y del sentido común. Efectivamente, y como apuntó Frank A. Fetter, “cada teoría debe tener, en última instancia dos comprobaciones: una, la consistencia interna, y la otra la consistencia con la realidad”. Las acciones humanas no son nunca cambiantes en esencia, sólo en forma, y cuando la esencia se descubre, a través del proceso de la lógica deductiva, las modas o los acontecimientos históricos (incluso el presente, en este sentido, es historia) no influyen en la esencia, pudiendo hacer, de esta forma, teoría, y consecuentemente, descubrir la realidad sin miedo a contradecirse.

Si este razonamiento es cierto, y sin duda lo es, la ética como elemento de estudio tiene una esencia que puede ser descubierta y ser efectiva. Teniendo en cuenta este principio existe una ética objetiva, y por lo tanto también existe una ética política: una ética, que como veremos, se basa en la libertad, una ética basada en el derecho natural del hombre.


Principios de una ética liberal

El problema de la ética actual, positivista y utilitarista, tiene importantes fallos que presentan situaciones insolubles e incoherentes con ella misma por no tener bien definida sus bases. El principio de cualquier ética se ha de referirse al hombre particular. Éste es su fin. La base para trazar un conjunto de leyes lógicas no pueden surgir del difuso colectivo, es el individuo el que crea el colectivo, es decir, el grupo nace de él, por lo tanto, las bases de la ética sólo las puede establecer el derecho natural del hombre individual, y los principios de éste, a mí ver, se basa en dos puntos:

1. El individuo. Una ética que engloba la masa ignorando al individuo sacrifica al hombre para favorecer a una fría, desconocida y arbitraria mayoría, por lo tanto, sus pasos intermedios pueden no ser (lógicamente) éticos en cuanto pueden crear contradicciones e injusticias. Por ejemplo, nos contradiríamos al decir: “es necesario hacer el mal para llegar a un bien superior”, o “los medios [leyes e imposiciones] justifican el fin [moral social o colectiva]”. Expresado de otra forma, cualquier sentencia o acción que implique el decremento en la satisfacción de un individuo para aumentar la de otro por la fuerza entra en contradicción ética. Ésta es la razón por la que el estudio de la ética sólo podrá surgir del ente indivisible del hombre singular, no de la masa. Así pues, y tomando como punto de partida al individuo, se deduce que el ser humano al juntarse con el resto de su especie crea grupo (sociedad) pero nunca perdiendo su carácter individual, y por otra parte, que el hombre, en su razón natural (aristotélica), es libre. Efectivamente, la libertad natural la tomamos en el sentido aristotélico, a saber, el hombre es un animal racional. La naturaleza del hombre no es la misma que la de los animales. Los animales se roban, se matan…, no tienen ninguna ética ni moral, en cambio los hombres han evolucionado más que los animales, y esto ha sido gracias a la división del trabajo, la ley de asociación (ricardiana), donde el débil y el fuerte salen ganando de su mutua cooperación, y todo ello guiado a través de la total libertad de los medios de producción privados nacidos, a la vez, del mismo hombre, creando así, la sociedad o convivencia en grupo. Pero cuando por falsos supuestos y problemas técnicos de dimensión el grupo o sociedad contradicen la voluntad del individuo —en interacción con el resto— la moral se pervierte y la ética se desvanece.

2. La propiedad privada. Ésta es el resultado de cada individuo, de su esfuerzo, de su trabajo, de sus acciones, y por qué no, de su suerte también. Sea como quiera ser, las acciones del individuo son parte de él mismo, y sólo el individuo tiene el derecho natural de su explotación. De forma impecable lo plasmó John Locke, en su obra “The Second Treatise On Civil Government”, al decir que “cada hombre tiene una propiedad en su propia persona: nadie tiene derecho sobre ella salvo él mismo. El trabajo de su cuerpo, y el trabajo de sus manos, podemos decir, es su propiedad”.

De estos dos principios, que en realidad podrían ser reducidos a uno —la propiedad privada— ya que el individuo en si es propiedad privada suya, es decir, es su propiedad privada ontológica en sentido estrecho, nacen necesariamente otros derechos naturales como: el derecho a la vida, a la asociación…

En este punto, y de forma inmediata, se deducen los derechos de la ética: el hombre ha de poder defenderse, a él mismo y a su propiedad de ataques externos, por lo tanto, puede ir armado si lo desea o contratar a quien quiera para que vele por él. También, el hombre, así como es parte inalienable de si mismo, también ha de ser responsable de sus propias acciones sin perjudicar la voluntad de los demás. Ninguna persona ha de pagar las imprudencias o errores de su vecino o compatriota, en este sentido ningún nexo metafísico les une. Desde el punto de vista del derecho natural ningún hombre ha de mantener a otro por la fuerza.

Observando el presente, podemos ver como el actual estado del bienestar, no sólo desde el punto de vista económico que ahora no interesa sino moral, es un asalto y violación a la ética. Las trasferencias de un agente productivo a otro no productivo, como las subvenciones, asistencia sanitaria o la educación pública entre muchas otras, son profundamente inmorales en cuanto se basan en el robo de una persona para la satisfacción de otra. Así pues, una ética global, contradice la propia ética en cuanto crea grados de moralidad, es decir, es necesario hacer daño a uno para dar mayor beneficio a otro. No existen grados en al ética. Por ejemplo, el postulado positivista de tener derecho a una vivienda implica sacar de forma coercitiva y por la fuerza parte de la propiedad privada a un individuo para pagar una vivienda a otro, o situaciones más absurdas aún, como sacarle a uno para después volver a dárselo. En estos casos se daña a uno (robándole) para darle parte de su propiedad privada a otro (dinero en forma de vivienda), y esto no es moralmente aceptable, simplemente es una violación a la propia ética en si. El problema de crear grados en la ética puede crear situaciones contradictorias tal y como plasmó el filósofo y economista Frédéric Bastiat a Alphonse Lamartine, literario y político francés del s. XIX, en una carta cuando el segundo, le reclamó: “su doctrina es sólo la mitad de mi programa. Yo he avanzado hasta la fraternidad”. A lo que Bastiat respondió: “La segunda mitad de su programa será la destrucción de la primera [la libertad]”. Y es que una ética de grados no sólo no es lógica con ella misma, convirtiéndose en una moral aleatoria o contingente que depende de la arbitraria voluntad del legislador o político, sino que efectivamente, y según el grado de importancia que el legislador, juez… quiera dar a ciertas leyes, el resto (tal vez más importantes para el individuo) pueden ser anuladas sin más. Dicho de otra forma, el robo no es menos despreciable que el asesinato, ni las necesidades de la supuesta mayoría son superiores a las del individuo. Es más, en nuestro sentido al nacer la ética única, exclusiva y necesariamente del individuo cualquier postulado ético de éste en un conjunto lo vuelve inmoral.

Igualmente, el hombre, como individuo y ser libre tiene el derecho a la asociación y libre expresión sin que se le pueda castigar por ello. En las actuales democracias se prohíben libros, se encierra a personas por sus ideas… Aquí, no sólo se les restringe su derecho natural a expresarse sino que el estado les amenaza a pensar de forma sana, esto es, como el mismo estado quiere bajo amenaza de fuertes penas. Este es el caso del cierre de periódicos en España por sus ideas secesionistas, prohibición de partidos políticos en Alemania o, simplemente, se capa la publicidad por ley, como ocurre con el alcohol y tabaco en casi todos los países de Europa y Estados Unidos.


Ética vs. estado

Definida someramente la ética, sólo nos falta hacer algunos comentarios sobre la mayor organización criminal que jamás ha existido nunca y que, sistemáticamente, ha violado la ética del derecho natural: el estado. Durante miles de años, salvando algunos espacios temporales, el estado en sus diversas formas ha hecho suya la ética. Ha encontrado falsos sistemas para justificar sus acciones y dar a ver como estas no eran en su bien sino en el bien común. El estado ha robado, engañado, encarcelado y asesinado a millones de personas con falsos fines morales usando los más despreciables medios. Efectivamente como escribió el anarquista (o liberal–liberario) Lysander Spooner:

"El gobierno como un asaltador de caminos dice al hombre: tu dinero o tu vida y la mayoría, si no todos los impuestos, son pagados bajo la amenaza de esa coacción.
Pero el asaltador de caminos toma sobre si la responsabilidad, peligro y delito de su propio acto. No pretende tener ningún derecho sobre tú dinero […] ni tiene la impudicia suficiente de profesar que es un mero protector y que toma el dinero de los hombres contra su voluntad simplemente para permitirle protegerles […] a quienes se sienten perfectamente capaces de protegerse a si mismos o no aprecian su peculiar sistema de protección […] El asaltador de caminos una vez que te ha quitado tú dinero te deja en paz y no persiste en seguirte […], asumir que es tú soberano por derecho […] o protegerte".

El estado, según la definición de Mises, es “un órgano de compulsión y represión”, es decir, su naturaleza, lejos de la libre interacción pacífica de los hombres, lo aparta de la ética humana ya que no tiene la misma esencia que el individuo. Recordemos que Mises era un liberal clásico, utilitarista pues, y de esta forma el estado en su visión era necesario sólo en los ámbitos donde la fuerza es aplicable, esto es, la seguridad y la estricta aplicación de la justicia. En este sentido el estado no hace justicia, sino que sólo la aplica. La realidad ha sido que el estado ha aplicado su poder mucho más allá, no evitando las injusticias sino creando justicia moral por la fuerza. Desde el punto de vista ético (y también económico) cualquier acción del estado es indeseable. Los impuestos, incluso el más pequeño de ellos, son inmorales ya que son un robo por la fuerza de la propiedad privada. Las leyes del legislador o la jurisprudencia tampoco cumplen con la ética del derecho natural ya que no evitan la injusticia, sino que interfieren en la vida de la persona intentando hacer justicia arbitraria. Sólo, desde el punto de vista del sentido común el estudio del derecho natural es satisfactorio.

En resumen, sólo la libre interacción humana pura puede ser coherente con la ética, sólo el individuo sabe lo que le beneficia o perjudica, nadie a quien yo no conozca personalmente puede responder por mí, y aún menos puede hablar o actuar en mi nombre. A igual que yo no hablo en nombre de todos los liberales, nadie puede hablar en nombre de todos lo españoles o en nombre de todos los Jorges. De esta forma, nadie tiene la capacidad moral de imponer una ética positiva al resto, todo lo contrario es lo que sistemáticamente hace el estado, por lo tanto, el estado en una filosofía ética (ética política) no tiene sentido alguno. La ética sólo se basa en el individuo y la propiedad privada, cualquier otro que vulnere este principio es anti–ético.

[*] Jorge Valín. Economista seguidor de La Escuela Austriaca y Paleo-Liberalismo filosófico.
Articulista y autor de un manual sobre la Teoría de Elliot y de un Manual de Bolsa. Colaborador habitual del
Instituto de Libre Empresa (ILE), Poder Limitado y Liberalismo.org entre otros.

[1] El derecho positivo es aquel que corresponde a las obligaciones y ayudas obligatorias: si el individuo "A" tiene un derecho positivo, por ejemplo, sobre el bien o servicio "X", entones alguien (como el gobierno) tiene la obligación (positiva) de proveer a "A" con el bien o servicio "X". El derecho positivo se enfrenta, por su contra, al llamado, de forma odiosa, derecho negativo. El derecho negativo corresponde a obligaciones de abstención: si "A" tiene un derecho negativo sobre un bien o servicio "X", entonces nadie tiene la capacidad de interferir sobre el disfrute de "A" hacia su bien o servicio, a saber, "X".

[2] El liberalismo utilitarista nació de los filósofos del siglo XVIII y economistas clásicos, como John Stuart Mill, y muy especialmente Jeremy Bentham. La máxima utilitarista es: “el máximo beneficio para los máximos posibles”. Aunque una explicación y desarrollo de este tema sería terriblemente larga, sólo decir, y para lo que interesa en el presente artículo, que el utilitarismo creó un laissez–faire light basado en la tolerancia y compresión de la voluntad de la mayoría, creando, así pues, una nebulosa confusa sobre los fines y medios de la ética.

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