La economía china plantea un enorme interés en la actualidad por razones obvias, que derivan de su gigantesco tamaño (la segunda economía más grande del mundo en términos absolutos) y por tanto su importante influencia (spillovers) sobre el resto del mundo.
Si hace menos de 20 años los análisis de coyuntura se centraban en los países desarrollados, dedicando quizá un pequeño apartado a economías en vías de desarrollo, en la actualidad nadie puede ignorar a las potentes economías emergentes, de las que China es protagonista.
Esta novedad, a pesar de los retos que puede presentar, es una grandísima noticia. Significa que países que hace un par de décadas estaban sumidos en la pobreza con pocas esperanzas de futuro, y que eran calificados en el llamado Tercer Mundo, ahora pueden mirar hacia el futuro con perspectiva optimista en calidad de países emergentes. Pero más importante, millones de personas han podido salir de la pobreza, accediendo a los bienes y servicios más básicos.
Entender cómo y por qué ha acontecido el denominado milagro económico chino, como ha tratado de hacer Luis Torras, es una pieza fundamental de la que podemos extraer valiosas lecciones para el futuro de otros países que todavía no están en el camino del rápido desarrollo económico.
Sin embargo, no es una tarea fácil, y diferentes economistas sacan distintas lecciones –lecciones que suelen coincidir, quizás casualmente, con visiones preconcebidas de los distintos autores. Aquí el analista no se enfrenta ante una realidad objetiva independiente de sus planteamientos teóricos e ideológicos previos, sino que esta realidad depende de éstos en mayor o menor grado.
Esto plantearía pocos problemas si la realidad objeto de análisis fuera sencilla y homogénea, pero en economía casi nunca sucede esto. En el caso del gran crecimiento chino, al mismo tiempo que se fue produciendo con el tiempo una muy intensa liberalización y apertura de la economía, persistían (y todavía persisten) importantes dosis de planificación central y control directo de la economía por parte de las autoridades. Uno de los ejemplos exitosos que suelen poner algunos autores, como Dani Rodrik, de este dirigismo económico, es el de la política industrial de concesión de subvenciones e intervenciones varias dedicadas a orientar a la economía china hacia los sectores de mayor valor añadido. A este tipo de políticas intervencionistas dan crédito de parte del milagro chino.
Los liberales, escépticos de la idea de que el gobierno con sus políticas directas intervencionistas pueda mejorar los resultados que se habrían producido en ausencia de éstas, otorgan los méritos del desempeño chino a las reformas liberalizadores y aperturistas.
Encontrar evidencias definitivas e innegables –sobre todo reconocidas así por los “contrincantes teóricos-ideológicos”- es realmente difícil, pero merece la pena caminar en su búsqueda; sabiendo, eso sí, que al igual que la perfección, es un objetivo que tiende a escaparse de nuestras manos.
¿Es factible encontrar esas evidencias definitivas e innegables? Esto me ha recordado un pasaje del artículo de Roberto Dania (Euclideanismo versu subjetivismo) que creo que deberíasmos tener en cuenta durante el camino de busqueda:
"De esta manera el programa de investigación de la economía de mercado puro aparenta mantener a perpetuidad, de cara a quienes no aceptan el extremo apriorismo, el status de "provisionalmente corroborado", pues siempre es posible encontrar algún grado de injerencia, aunque sea mínima y lejana, del poder político en los mercados. El lógico corolario de esta actitud es la recomendación de instaurar el anarco-capitalismo, inasible solución final para todos los males de la economía y la sociedad. Los austríacos euclideanos caen así en un vicio análogo al de los antiguos comunistas, que atribuían cualquier desvío del socialismo real respecto de lo que anticipaba (o prometía) la doctrina a los residuos de capitalismo alojados, en última instancia, en la mente de la gente (la remanente "mentalidad burguesa"). Vale recordar que, curiosamente, fue la percepción de la nefasta actitud de los marxistas lo que impulsó a Popper hacia el criterio de falsabilidad para distinguir entre ciencia y pseudo-ciencia."