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¿Del laissez-faire al intervencionismo?

La crisis económica que ha azotado al mundo desarrollado ha generado cambios sustanciales en el panorama de las políticas económicas. Desde que comenzaron los problemas más serios en 2008, hemos podido observar un auge en el nivel de intervencionismo por parte de la mayoría de los gobiernos, a través de planes de estímulo fiscales, rescates indiscriminados de la banca, o mayores regulaciones sobre los mercados financieros.

Sin embargo, esta apreciación requeriría de ciertos matices, ya que de aquí se podrían deducir unas conclusiones que considero desacertadas.

En primer lugar, parecería deducirse que durante las décadas pasadas hemos vivido de un exceso de desregulación y libertad de mercado. O en otras palabras, de una excesiva reducción del peso e influencia de las Administraciones Públicas sobre los mercados. Al mismo tiempo, se dibuja una relación de causalidad entre estos hechos y la actual crisis. Así se concluiría que fueron unos mercados demasiado libres los que causaron los problemas financieros que luego se trasladarían a la economía real.

Pero aquí hay dos cosas que deben discutirse. La primera es si de verdad se retiraron los tentáculos del poder político y las burocracias regulatorias sobre los mercados libres. Suponiendo que esto fuera cierto, habría que ver, con la ayuda de la teoría económica, a través de qué mecanismos mayores dosis de libertad económica podrían haber degenerado en los excesos financieros que precedieron a los años de recesión.

La discusión y falta de consenso en estas dos cuestiones es notable, pero ello no impide que podamos llegar a ciertas conclusiones. Por un lado, como señalan Carlos Rodríguez Braun y Juan Ramón Rallo en su libro recientemente galardonado “Una crisis y cinco errores”, la retirada y ausencia del Estado en estas décadas ha sido una “gran ficción”. Más bien, ellos hablan de un “Estado mutante y creciente”. No es de extrañar si observamos algunas cifras como la evolución de la presión fiscal o el gasto público, el número de regulaciones, los programas de subsidios públicos, etc.

Y por otro lado, como también se expone en el mencionado libro, han sido diversas e importantes las intervenciones públicas sobre los mercados financieros e inmobiliarios, principales focos de los excesos que dieron lugar a los recientes y dolorosos procesos de reajuste y purga. Estas políticas más relevantes fueron, por un lado, la excesivamente laxa política monetaria de los bancos centrales, que tras el pinchazo de la burbuja tecnológica en 2001, generaron una masiva burbuja de crédito barato, manifestada en serios desajustes financieros de los agentes económicos (excesivo apalancamiento, deterioro de las posiciones de liquidez) y prácticas bancarias insostenibles (endeudamiento masivo a corto plazo para invertir a largo). Elementos que lejos de quedarse en lo estrictamente financiero, se filtraron a la economía real y desajustaron las estructuras productivas de numerosos países, dando lugar al ciclo económico tal y como explica la Escuela Austriaca de Economía.

Además de las políticas crediticias y monetarias, pero relacionadas con éstas, se implementaron toda una serie de políticas públicas en EEUU con el fin de lograr que todo americano dispusiera de una vivienda en propiedad. De este objetivo buenista surgieron buena parte de los problemas en el sector inmobiliario, asociados a la crisis subprime de la que tanto se ha hablado. Leyes como la Community Reinvestment Act, y sobre todo, organizaciones semipúblicas como los gigantes hipotecarios Fannie Mae y Freddie Mac, tuvieron el fomento de la propiedad inmobiliaria como su razón de ser. No obstante, cayeron en el error básico de las políticas populistas y demagógicas, la miopía de olvidar los efectos de éstas en el largo plazo y sobre el conjunto de la población.

En definitiva, es cierto que la crisis ha traído mayores dosis de intervención gubernamental sobre los mercados, pero esta reacción no se debe a una previa retirada excesiva del sector público, y mucho menos al fracaso de unos inexistentes mercados libres.

Ángel Martín

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